Mi casa, mis normas

Un momento de la reunión de autocultivadores en un bar del centro de Montevideo.
Un momento de la reunión de autocultivadores en un bar del centro de Montevideo.

Con la regulación, los cultivadores nos sentimos «casi» amparados por la ley.

A pesar de que, hasta hace poco más de medio año, cultivar marihuana constituía una actividad ilegal, las plantaciones domésticas de cannabis en Uruguay tienen décadas de historia. Los años del prohibicionismo han impedido crear un censo de autocultivadores, pero se calcula que fue  a partir de la década de 1980, con el fin de la dictadura en el país (1973-1985), cuando brotaron las primeras cosechas autónomas y clandestinas.

En cada maceta, además de la semilla, se sembraba también la paranoia: el temor a ser descubiertos, a ser multados, a ser detenidos o encarcelados, aderezado con el miedo a las denuncias o los prejuicios de los vecinos. Las plantas crecían a escondidas, generalmente en cultivos de interior, o en los raros exteriores discretos y a salvo de las miradas ajenas.

La regulación de la marihuana en Uruguay, aprobada a finales del pasado año, supuso un cambio en las reglas del juego. El decreto reglamentario permite a los ciudadanos uruguayos mayores de edad plantar marihuana destinada al consumo recreativo y personal, con un máximo de seis plantas por cada casa-habitación, y una cosecha anual no superior a los 480 gramos.

Con este nuevo marco, los autocultivadores de cannabis se ven «casi amparados» por la ley. Algunos de ellos, reunidos en un bar del centro de Montevideo, hacen hincapié en este «casi». «Es obligatorio registrarse como cultivador, registrar las semillas que tienes, y el Estado pretende controlar cuántas plantas tienes y cuánto cosechas cada año. Parece que lo que se intenta desde el gobierno es desestimular el autocultivo«, afirma Martín, un estudiante de Antropología de 22 años que lleva plantando desde los 17.

Martín duda acerca de si esta obligación de registrarse salvaguarda al cultivador y lo blinda a nivel legal, o por el contrario lo expone, al señalarlo como un consumidor de determinada droga. «Eso de saber quién consume y quién no, de ir casa por casa contando cuántas plantas hay, recuerda un poco a la teoría del panóptico de Foucault, del control y la vigilancia de la sociedad», señala.

Registrarse como cultivador doméstico excluye además la posibilidad de pertenecer a un club de membresía o aprovisionarse de marihuana a través de las farmacias, que son las otras dos vías legales de acceso a la sustancia que establece la ley. Se especula con la posibilidad de que haya un «período ventana» de tres meses desde que un usuario se da de baja en un registro -por ejemplo, como cultivador-, hasta que pueda darse de alta en otro -como miembro de un club o cliente en la farmacia-.

«¿Y durante esos tres meses, si se quiere consumir marihuana, qué ocurre? ¿Se vuelve a recurrir al mercado negro?». La pregunta queda en el aire. Y se suman más interrogantes.

«¿Y qué pasa si te registras como autocultivador, y de repente tus plantas se enferman, agarran un hongo, una botritis, o se infestan de una plaga de hormigas…? ¿Te quedaste sin cosecha y ya no puedes consumir?», se cuestiona otro de los asistentes a la reunión.

Otro de los puntos flacos de la legislación es, a juicio de estos cultivadores, que el límite legal de plantas sea por casa-habitación y no por persona. «En mi casa convivimos nueve personas. Con seis plantas no da para todos, ni qué hablar si alguna de las plantas tiene problemas y no sirve para cosechar», lamenta Martín.

Salir del armario

Flavia, una estudiante de Sociología que ejerce como moderadora de la reunión, pide la palabra para preguntar a los plantadores si, ya con la ley aprobada, se sienten estigmatizados como consumidores de marihuana.

«Los usuarios de drogas están sometidos a una permanente estigmatización», denuncia Martín. «Existen todavía muchos mitos, pero algunos estigmas son autoimpuestos, por los prejuicios que tiene cada usuario sobre su propio consumo».

En este sentido, los cultivadores no creen que la ley haya cambiado sustancialmente la percepción sobre los consumidores de marihuana, aunque el debate abierto desde hace años en torno a la legalización haya servido para romper algunos tabúes.

Sin embargo, creen que hay diferencias significativas entre la aceptación del cultivo y consumo de cannabis entre Montevideo, la capital donde reside el 50% de la población total de Uruguay, y las localidades menos pobladas del interior del país.

Participantes en la reunión.
Participantes en la reunión.

«La discusión pública ha tenido cierta influencia, pero en el interior persiste una discriminación más solapada. Ser reconocido como consumidor de marihuana puede  empeorar las calificaciones en los estudios o crear dificultades para conseguir un laburo. El estigma comienza en muchos casos en la adolescencia». Lo cuenta Julio Rey, el presidente de la Federación Nacional de Cannabicultores del Uruguay, y referente desde hace más de una década del movimiento pro-legalización del cannabis en el departamento de Florida, en el interior de Uruguay.

Para Martín, la clave está en el «acceso a la información para poder argumentar el propio consumo», y cree que la aceptación social de los usuarios de cannabis va más allá de la legislación para «romper con el conservadurismo».

«El paradigma prohibicionista se basa en ciertos criterios morales sobre qué consumos son o no son correctos. Son estas bases morales las que se trabaja por cambiar», explica.

El proceso de modificar las percepciones de una sociedad acerca de lo que es y lo que no es correcto es arduo y exige tiempo, y todos coinciden en que no concluye sólo con el hecho de promulgar una ley.

Algunos ven una analogía con el proceso que se vivió hace un par de años en Uruguay con la aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo. Al principio, gais y lesbianas ocultaban sus preferencias sexuales, hasta que con el tiempo se fueron eliminando algunos prejuicios y se sintieron libres para reconocerlas ante su círculo de allegados, e incluso manifestarlas públicamente.

«Con la marihuana pasa algo parecido. Al principio no quieres que tus padres se enteren de que consumes, por lo que puedan pensar de vos. Después les cuentas que estás plantando marihuana en casa…y al final terminas mostrándoles una planta tremenda. Es como salir del armario, después contarles que tienes una novia,  y terminar presentándosela», ejemplifica una de las asistentes.

La comparación no es casual, ya que muchos de los cultivadores se refieren a las plantas como sus «nenas», hablan de ellas de un modo afectuoso e incluso comparten con orgullo las fotos del desarrollo de sus macetas a través de las redes sociales, como haría un padre primerizo con la niña de sus ojos.

«Plantar crea un vínculo con la planta que no puedes conseguir de otro modo», afirma uno de los participantes, que prefiere ser citado como Federico (tal vez persista aún el temor al estigma).

Cree que este vínculo llega incluso a condicionar las pautas de consumo del cultivador, que se ajustan a los ritmos biológicos de la planta, y de esta manera se regula de modo natural el uso de la sustancia.

Ciclos naturales

 

Flavia se pregunta ahora por qué, si la ley habilita a los consumidores registrados a adquirir marihuana de calidad de forma segura y legal en farmacias, los cultivadores van a seguir esforzándose por plantar su propia marihuana en casa, teniendo que hacer frente a registros domiciliarios, trámites burocráticos y al riesgo, inherente a todo agricultor, de ver cómo su cosecha termina quedando inservible.

«Cuando cultivas en casa, sigues la evolución de la planta y te relacionas de otra manera con ella. Te responsabilizas de sus cuidados y, al cosechar, tienes la satisfacción de poder consumir el producto de tu trabajo. Esa sensación no la consigues comprando 10 gramos a la semana en la farmacia del barrio», cuenta Federico.

En su caso, comenzó a cultivar en casa porque le interesaba «la planta del cannabis en sí», aunque no pensaba que su cultivo fuese capaz de abastecerle de la droga. «La primera vez que coseché y me fumé lo que había plantado, pensé: ‘ya no vuelvo al faso prensado nunca más'», recuerda.

La marihuana prensada, procedente en su mayoría de Paraguay, es el producto más barato y fácil de conseguir en las «bocas» o puntos de distribución de drogas en el país. Su auténtica composición está envuelta en las leyendas urbanas y las sospechas más turbias, y su consumo se asocia con personas con pocos conocimientos acerca del cannabis. Es algo así como el «veneno de los principiantes», un rito iniciático por el que todos pasaron antes de refinar sus gustos.

Del mismo modo, existen también diferentes categorías de cultivadores según su experiencia. «Desprolijo, medio y sibarita», enumera Julio Rey, firme defensor del intercambio de consejos y de información entre cannabicultores, con el fin de mejorar las cosechas de cada uno.

«Hay que aprender a diferenciar también de dónde viene la información. En los foros muchas gente publica sin filtro alguno, y es necesario tener criterio para distinguir los buenos de los malos consejos. Y también en ciertos círculos, especialmente entre sibaritas, hay mucha envidia, mucha competencia y un cierto afán de crear una élite de cultivadores para presentar sus plantas a concursos», opina Rey.

En el otro extremo de la escala, algunos cultivadores «desprolijos» suplen su falta de conocimientos con una gran inversión económica, por ejemplo en sustratos o en materiales comprados en ‘growshops’, las tiendas especializadas en venta de útiles para cultivo de marihuana en  exteriores o interiores.

«En el ‘growshop’ te atienden a veces más pendientes de la plata, de ganar dinero, y no hay tanta empatía como en los foros o en los clubes», afirma Martín.

Para él, el cultivo es un «hecho social», que pone en contacto a una comunidad de personas diversas en torno a un interés común, de la misma manera que ocurre con cualquier otro tipo de aficiones. Por ello, cree que es «lógico» que sea perfectamente legal, sin limitaciones, porque «el Estado no debería legislar sobre las relaciones de las personas con sus plantas».

Un comentario en “Mi casa, mis normas”

  1. Sí. La verdad que es una celebración a medias. Da para desconfiar de los fines ocultos del «Sistema» cuando da ciertas libertades. Y mas desconfío cuando leo que hasta Hillary Clinton está de acuerdo con la despenalización del Cannabis. ¿ Ud. no desconfiaría ?

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